¿Qué ha sido de mi vieja Montería?

¿En qué lugar del tiempo

se encuentra detenida?

Las cosas viejas se olvidan fácilmente.

¡Ya ni la recuerdo casi!


Desde que se abrieron los caminos

y las huellas recobraron vida;

desde que los ocasos inventaron rostros

y voces nuevas,

lo nuestro como las hojas

de un viejo calendario

Guillermo Valencia Salgado

fueron sin penas arrancadas

por las manos de la moda.

Ya ni recuerdo las calles arenadas y parejas,

en donde la pandilla callejera

con sus trompos zumbadores

picaba raya con ollas y certeras “mapoleadas”.

Ya ni recuerdo la brisa,

aeropistas veraniegas

en donde fuimos un día

astronautas vagabundos

que en cromados barriletes

pintábamos firmamento

con pinceles de alegría.


¿Qué se hicieron los horcones

que los tiempos preparaban,

para poner seda a los trompos

qué zaránganos brincaban?

¿Qué de aquellos rehiletes

refulgentes como broches

que en su perenne murmullo,

atado al puntal su orgullo,

reclamaban libertad?

Tras el polvo de los tiempos

los faroles de totumos se marcharon.

¡Eran nidos de cocuyos!

¿Y aquellas procesiones

de mi vieja Montería, qué se han hecho?

El sonar de las campanas

anunciando la salida,

era una orden al rezo, al amor, a la vida.

Todas las calles rezaban

Guillermo Valencia Salgado

con sacrosanto fervor.

Los varones y las damas

custodiaban amorosos

al igual que los cruzados,

el estandarte de Dios.

Nuestra música en abarcas

desgranaba dulce marcha,

mientras locas las campanas

alborotaban palomas

que en el parque picoteaban.


¡Ay, Padrecito Mercado!

Todo lo nuestro se va,

como espuma que se lleva la corriente,

reemplazado por costumbres

que trajeron otras gentes.


Estebana, Goya y Julia,

ya no tosen,

ya no barren corredores

con sus faldas harapientas.

Ni Peyo Aguirre, ni Pico,

ni la Ñarra ni Benigno,

ni Vaca Ponte ni el Tren,

ni la Pinocha ni el Botijo

tienen vigencia en las calles

de mi dormido poblado.

Ahora por camionados

locos nos mandan de afuera.

Pobres locos que no saben

llevar su galantería,

como aquellos loquitos

Guillermo Valencia Salgado

de mi vieja Montería.

Las emisoras locales

se han olvidado del porro,

el río se está muriendo

de tristeza y abandono

y en los pretiles del pueblo

ya no hay juegos infantiles.


“¿Emiliano qué te dan?

La cebolla con el pan”.

“¡Chivito sal de mi huerta!

Señor que no tengo puerta”

“¡Chulambé! ¡Chulambé...!

¡Si no me coges eres mujé!”


Estos cantos ya son ecos

de aquellos juegos perdidos.

Ahora se juega al crimen

con metralletas de palo.

Se juega al bueno y al malo

y la honradez se proscribe.

Hasta la China partera

se fue a recibir luceros.

Ya no nacen monterianos

en manos de dulce negra.


Magdaleno Calderín era un centauro.

Ciriaco, un filósofo sinuano.

Felipito Escobar, el Guillo Murillo,

El Mono Lara, Faraco, Rafael Díaz...

¡Ya todos, todos se han ido!

¡Ay, hermanos! ¡Compañeros!

Guillermo Valencia Salgado

¿En esta nuestra tierra,

casi somos forasteros!

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Libro: Del Sinú y otros cantos