La navidad se acercaba y los niños comentaban sobre los regalos que recibirían en Nochebuena:

- Crístian, ¿qué le pediste al niño Dios?

- Le pedí un carro grande de verdad verdad, un balón de cuero y un tren.

- ¿Y tú Sócrates, qué le pediste?

- Yo le pedí un caballito de palo.

- ¿Un caballo de palo? ¿y eso para qué?

- Para montarlo y pasear por todo el pueblo, hasta cansarme y cansar al caballo.

- ¡Tú estás loco, los caballos de palo no se cansan!

- El mío sí. Porque este caballo será famoso al lado de los más famosos caballos que siempre nombra mi papá.

El veinticinco de diciembre, Sócrates se despierta temprano y encuentra en la cabecera de la cama el juguete que había pedido: un hermoso caballito de palo. Contento salta de la cama, lo acaricia y le pone un nombre:

- Te llamaré el Guere-Guere y yo te haré famoso.

Montó Sócrates su caballo y partió a recorrer el pueblo. Al principio lo llevaba al trote, de pronto lo ponía a trochar o, a galopar por ratos. Se detenía y lo hacía caracolear y hacer cabriolas. Lo paraba en dos patas y después, lo ponía a caminar con elegancia, con un fino paso colombiano.
Todo el día hizo ostentación de su caballo y de buen jinete ante la mirada de los demás niños que jugaban con carros, bicicletas, balones y trenes. Aquellos comentaban incrédulos:

- Cipote gusto el de Sócrates. Tener un caballo de palo, y miren cómo lo monta, como si fuera de verdad.

Llegó la hora de ocultarse el sol y también la hora de guardar al Guere-Guere. Lo puso en la cabecera de la cama. Lo dejó descansar mientras él se bañaba y tomaba su cena. De nuevo, antes de acostarse, lo montó y dio una vuelta por toda la casa.

Ya acostado, Sócrates con el cansancio del trajín de aquel día, cayó encerrado por sus pestañas en la oscuridad absoluta del sueño.
- ¡Corre papá, el Guere-Guere se escapó…!
***
El padre no responde, y Sócrates ve cómo su caballo destruye la puerta de la casa. El Guere-Guere como poseído por algo sobre natural, corre libre de toda atadura y huye.

Sócrates también corre en persecución de su caballo que va dejando un rastro clave y fácil de seguir por el muchacho…
El Guere-Guere cruza por fértiles campiñas, por estrechos valles, por áridas tierras, y siempre va con un rumbo definido: El Septentrión.

El muchacho continúa la búsqueda y lo sigue por los caminos hechos al andar por su caballo de palo. Sócrates se queda maravillado cuando va recorriendo los bellos paisajes por los que atravesó su Guere-Guere: Parecían de otros países, de otras galaxias, eran paisajes como sacados de la mitología.
Al atardecer, ya cansado de tanto perseguir y cuando parecía que su caballito se había perdido, Sócrates llegó a un hermoso potrero y allí encontró a su caballo de palo, pastando con siete caballos más. Caballos que imponían respeto con su sola presencia. ¡Eran únicos en aquella inmensa dehesa!
Ante tamaña sorpresa, Sócrates se emocionó tanto que le pareció que su caballo había cambiado de color ¡Era morado!... pensó cogerlo, pero como pastaba tranquilo, prefirió reclinarse en la verde hierba para pasar la noche. ¡Por la mañana amarraría su caballo y regresaría a casa cabalgando en él!
Se levantó tempranito y vio que por un sendero, apareció un hombre vestido con armadura de guerrero español, con yelmo y cimera adornada con un penacho y una larga y gruesa espada al cinto. Caminaba con dificultad y cuando estuvo frente a Sócrates le preguntó:

- ¿Niño, tú quién eres?

- Yo, soy Sócrates.

- ¿Qué haces en este sagrado potrero?

- Busco aquel caballo morado que pasta allí. ¿Y Ud. Quién es?

- Yo mijo, soy Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, y vengo a recoger a Babieca, mi caballo de siempre.

Tomó el Cid a su Babieca y desapareció por el mismo sendero por donde vino.

No se había repuesto el niño de aquella sorpresa cuando apareció otro hombre de edad madura, vestido también con una armadura, con adarga al brazo izquierdo, larga lanza en la mano derecha y un bacín como yelmo. Se acercó a Sócrates y le preguntó:

- ¿Niño, cuál es tu nombre?

- Yo, soy Sócrates y ¿Ud. Cómo se llama?

- Yo, soy el ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

- ¿Y Ud. Qué hace aquí? –preguntó Sócrates.

- Vengo a recoger a mi fiel caballo, aquel flaco y de triste figura como la mía. ¡Mi caballo se llama Rocinante!

Cogió Don Quijote a su Rocinante y también desapareció.

En estas se encontraba Sócrates, viendo a su Guere-Guere correr por el prado y pensando cómo haría para cogerlo, cuando apareció un hombre joven, vestido con coraza de cobre, capa corta echada sobre sus espaldas, espada gruesa y corta al cinto, y casco guerrero estilo griego.

Sócrates no esperó a que aquel guerrero le preguntara su nombre, sino que lo saludó y fue él quien hizo la pregunta:

¿Quién es usted y qué busca aquí?

Niño, yo soy Alejandro Magno y vengo a recoger a mi famoso caballo Bucéfalo.

Agarró Alejandro Magno su caballo Bucéfalo y se fue con él por el mismo camino por donde había aparecido.

No puede ser decía Sócrates, los nombres de estos hombres y d estos caballos, son los que a cada rato nombra mi papá: “¡Claro!, ellos son los más famosos caballos de la historia, y mi caballito de palo está paciando con ellos”.

No bien terminó de decir esto, cuando aparecieron tres personajes más que se identificaron, el uno como Ulises, y se llevó su caballo de Troya. El segundo era un hombre extravagante, vestido con toga romana, corona de laureles y con sandalias. Dijo que se llamaba Calígula, e imperioso, recogió a Incitatus su caballo Cónsul. Después apareció un hombre que dijo llamarse Belerofonte y tomó a su caballo Pegajoso y voló con él por los aires de aquel paisaje.

Cuando ya sólo quedaba un caballo blanco y el morado de Sócrates, apareció un hombre más bien bajo, patizambo, moreno, de andar rápido y vestido con uniforme militar como los que usaron los Granadinos de la Independencia de Colombia. Desenvainada, portaba en su mano derecha una larga, fina y reluciente espada.

Sócrates lo identificó: Ya él, había visto su retrato en los libros de historia de su papá, por esto, lo saludó con un:

- Buenos días, General Simón Bolívar.

- Buenos días niño. ¿Qué haces por aquí?

- Vine a buscar a mi caballito de palo, ese morado que está junto a ese caballo blanco.

- Ese caballo blanco es mi querido Palomo, -le afirmó Bolívar- el que me ayudó a liberar, del yugo de los españoles, a cinco naciones Suramericanas.

Tomó Bolívar a su caballo Palomo y le trajo el Guere-Guere a Sócrates. El general, no partió como los otros, sino que invitó a Sócrates para que montaran en sus caballos y cabalgaran juntos por los extensos potreros de los dioses…
Desde ese día, el más famoso y conocido caballo del mundo, en el que todos hemos montado –el caballito de palo-, empezó a pastar en los potreros del Olimpo, como siempre debió hacerlo, al lado de aquellos seleccionados caballos que la historia inmortalizó.

Edgardo Puche Puche