Algo me dijo que una idea solicitaba por mí. Entonces la busqué por entre los vericuetos de mi memoria, pregunté por ella a todos mis recuerdos –algunos me odiaban, sin que yo lo supiera- hasta que la encontré enredada al orillo del olvido.

Cogí a mi idea de la mano, la senté sobre el cadáver de un árbol que me regaló frutas cuando era niño, y hablamos, nos esculcamos los bolsillos más insospechados, nos estrechamos, nos entramos mutuamente.

Es tan mía y ya la quiero tanto, que prefiero no verla sujeta a la rigidez de unas palabras, ni abandonada para siempre, como muerta, sobre la palidez de una página.

Naudín Gracian Petro