a Lelis Zumaqué
I
Deslumbró el relámpago
un instante de siglos
y fue ronca su voz
porque rasgó la entraña de la tierra.
Ira y cansancio
por esa sed de rocas deslizantes,
tuvo los Andes
no muy lejos del mar y la palmera.
De pie sobre Tresmorros divisó el Caribe.
Y al no poder besar el agua undosa
quiso de la mar sus ojos verdes,
su cabellera rizada y espumosa;
y más tardó en querer, que en transformar
su mole primigenia en tres cadenas pétreas,
que reptaron desaladas
hacia el ponto azul de aguas yodadas.
Del Paramillo una gota,
otra,
otra,
dulce y suave,
cristalina,
refrescante,
cayó en la hondonada
y al instante
un bejuquillo acuoso y ondulante
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desde la cumbre arisca, corre,
salta, se retuerce y grita,
y al rollar la tierra fue formando
un valle feliz, lleno de encantos,
que el indio bautizó como el Sinú.
Sinú, palabrita misteriosa,
eco de arcaica cultura.
Tus sílabas hacen dúo
con la brisa y la llanura.
Són de pito travesero,
suspiro de gaita hembra.
Cuando te pronuncia el Indio
tienes sabor de leyenda.
Quien aprendió a conocerte
y a saborearte enseguida,
tiene empeñada la vida
desde la cuna a la muerte.
II
¡Finzenú, Panzenú, Zenufaná!
Como inmensas lunas giran
sobre la testa encantada,
cuna y riqueza guardada
por el dios Murrucucú.
Betancí, Tuchín, Tucurá,
Mocarí, Ayapel, Chimá,
Colosiná, Chinú, Cereté.
Son los hijos de Manexca
y de Melxión, Eva y Adán,
óvulo y semen de tierra
amasados por Momí
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con el barro de Araché.
Se regaron por el valle;
penetraron oscuros socavones
e hicieron luz en las entrañas ávidas.
Fecundaron la tierra,
las plantas y las piedras;
y cual duendes bienhechores
removieron la telúrica mezcla.
Barro, sobre barro.
Agua, sobre agua.
Arena abigarrada.
Roca promiscua.
Esmeralda y oro.
Petróleo y cobre.
Mixtura refulgente.
Cal y yeso.
Sal en el mar y en beso.
Fuego y carbón.
Carbón y hierro,
hasta dejar fecunda el alma
del inmenso valle.
III
Y los hijos de Manexca y de Melxión,
y los hijos de sus hijos,
y los nietos de sus nietos,
ya no cabían en el valle del Sinú.
Por eso se dio la orden
de recorrer el mundo
y de poblarlo en partes buenas.
Y por los cuatro caminos
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de la Rosa de los vientos
como cuenta la leyenda
se marcharon los sinuanos.
Sólo aquí se quedaron los más viejos.
Los que sabían llegar al cielo
para prender las estrellas,
o para reponerlas luego
de que alguna se cayera.
Se quedaron los orfebres,
los artesanos del barro,
los de la palma trenzada,
los que debían guardar
los recuerdos de la raza.
Qué inmenso júbilo reflejaba el río.
Se creyó incontenido, inviolado,
hasta que fue acuchillado
por una quilla en Zispata.
Quilla española que viola.
Vela andaluza que asola.
Morisca gentuza que roba y que mata.
¡Pecaron! Gritó el misionero.
¡Y fue en enero la matanza!
IV
¡Falso es! No pecó la raza.
Se vino el invasor a nuestra casa
con una cruz sangrante y una espada
fue porque más pudo la ambición
que el dulce anhelo
de ser el mensajero
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del Amor y de la Gracia.
Esa fue su cortina, su muralla.
Y es que el poderoso en la conquista
siempre ha tenido a Dios como mampara.
Bajo los cascos del corcel hispano,
cayeron Tolú, Lorica, Araché,
Momí, Chimá y Panaguá.
Chinú se entregó sobre una hamaca
de oro y pedrerías.
¡De Tucurá las lágrimas fluían
y no se mellaron los hierros!
Cortante el hilo desangró la raza,
porque sólo encontraron en la casa,
la frágil flecha y la macana roma.
¡Ay, Onomá! ¡Si te rompieron toda!
Más que corría volaba el mensajero.
Su noticia era triste, casi mentira.
¡”Finzenú, allá vienen! ¡Son extranjeros!
Ellos, arrancan la vida.
Devoran sepulcros. Se tragan el oro”.
Y éste, recordando la leyenda dijo:
¡”No, no vienen! ¡Ellos regresan!
¡Cómo han cambiado nuestros hijos!”
V
¡El mar Caribe. El verde mar!
Altos velámenes grávidos de mal.
Quillas marineras, arados de mar.
Caracoles marinos, yodo y sal.
Broncas y negras trompas
que saben llorar
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vienen de lejos, de otro mar.
¡Oh Bantú Oh Dahomey!
Caimito y mamey sobre la mar.
Canta Yoruba tu mal bajo el caney.
Tam
tam
tam
Son olores de otras querencias.
Tam
Tam
Tam
Son mensajes de malquerencias
que te dejé el ladrón.
¡Que no te apene el són!
¡Oh Yoruba! ¡Oh Dahomey!,
mi tambo es igual a tu caney!
VI
Testigo ha sido la Historia
de lo que el hispano hizo.
Y si alguna cosa buena
se le salió de las manos
no fue porque así lo quiso.
Lo impulsó la incontinencia,
el sadismo, la indecencia,
y en su alienada lujuria
supo mezclarse con indios,
supo mezclarse con negros,
y así fue surgiendo un pueblo
que esculpió rostros diversos
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sobre una misma armazón.
“Hoy todos somos iguales
bajo este cielo de Dios”.
Esto contempla la ley;
pero otra cosas nos grita
la codicia del patrón.
VII
Navegante, sobre el río,
ha viajado un nigromante.
¡Y como por arte de magia
todo se hizo al instante!
Se esfumó la selva rauca.
Sobre su espalda desnuda
se levantaron ciudades.
El cíclope en sus afanes
afiló su dentadura
para hacer de los caminos
carreteras laborables.
El bosque tornose en finca,
la finca en rico potrero,
y cada vez que el vaquero
grita en los campos de Córdoba,
aunque nunca se la coma,
come carne el mundo entero.
Maderables y frutales,
Cereales y Hortalizas
desde inmensas cornucopias
se derraman en el valle.
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Y el valle va la savia
sobre raudas maquinarias
vigorando en cada gesto
el corazón de la Patria.
Ciénaga Grande,
Ayapel,
Betancí...
Son tres lagunas
rebozadas de tesoros,
donde la escama y el oro
tienen reflejos de luna.
Son puntos de ricas guacas,
edenes de pescadores
y cazadores de fama.
Allí el crepúsculo imita
los hilos multicolores
con que se teje la hamaca.
San Bernardo,
Coveñitas,
Moñitos,
San Antero
Y Cristo Rey.
Tienen salados los pies
y las pestañas yodadas;
porque en las noches, tal vez
las estrellas más doradas,
de tanto cielo cansadas
deshojaron sus pupilas
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y al caer sobre la orilla
fueron formando las playas.
Por eso estas playas tienen,
agua tibia, suave arena,
fresca brisa que parece
que despeinan cabelleras
de corsarios y sirenas.
Una mirada cualquiera,
hacia un cualquier lugar,
nos obliga a imaginar
que el paisaje de estas playas
—creyón que pinta y detalla—
tiene algo de lunar.
VIII
Gallo Crudo,
Florisanto,
Matoso,
Urrá,
San Andrés.
Cuántas riquezas esperan
que se produzca el milagro.
El Alí del cuento arcaico
se le ha olvidado expresar:
¡Ábrete!
¡Ábrete Sésamo!
Ahora,
como cazimba que llora
sólo nos toca esperar.
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IX
Desde que el hombre rasgó
las entrañas de la tierra
y tomó de ellas la piedra
para hacerse un instrumento,
justo fue en ese momento
el origen del folclor.
Y aquí en mi departamento,
es rico, variado y tierno
por la gracia del Señor.
Sin embargo no sabemos
francamente qué tenemos.
Todo está diseminado,
escondido e ignorado.
Sabemos sí, que es tan viejo,
porque lo que sabe el pueblo
lo aprendió de sus abuelos
en las noches de vigilia.
Desde entonces se repite
como un dibujo calcado
con trazos de tinta fiel.
Aún se tiene por piel
un parche de sol tensado,
dos guaches de lluvia fina
y por zampoña que trina,
una pluma y una cera,
más cantares de la abuela
que jamás se desafinan.
Hay un pito atravesado
que habla con voz montuna
y ha tenido la fortuna
de nacer acompasado.
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Como fiel enamorado
lanza su nota sedienta
que en el aire se revienta
como un besito cortado.
También tenemos un ritmo
que del tambor africano
pasó a las bandas de viento.
Aquí tiene el sentimiento
del mestizo americano.
¡Es el porro pelayero!
Potro chúcaro y cerrero,
más trigueño que achinado.
Ese són para el sinuano
es de su orgullo testigo.
Tiene el silencio partido
sobre la boca y las manos;
y en el pecho colombiano
para cantar se ha metido.
X
Variadas artesanías
laboradas con ternuras
han salido de las manos
de mi pueblo prodigioso.
Manos indias,
manos negras,
manos ágiles que plasman
su belleza espiritual;
¡Y en el gozo que les nace
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de amasar dulces recuerdos,
dejaron también sus besos
palpitantes... temblorosos!
Cada forma identifica
el alma de su artesano;
y en el primor del trabajo
una firma está que grita
por la presión de las manos.
Es por eso que afirmamos,
que en cada forma lograda
hay un escudo de armas
de la familia artesana.
Y también por eso muestra
el sinuano con orgullo
su sombrero cordobés.
Y téngalo quien lo tuviere
es trenzado en San Andrés.
Parece una ave sedienta
de espacios ilimitados.
A cada momento intenta
desbocarse por los cielos.
¡Es una copa de anhelos
sujetada al pensamiento!
¡Ay, mi sombrero de vueltas,
alero de mis mayores!
Según como te coloque
para mi gusto las alas,
te sobrarán las palabras
para explicar mi conducta.
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Y en cada caso habré sido:
Espartaco, o Casanova,
Barrabás, o Jesucristo,
sin que se tenga testigo.
¡Ay, mi sombrero de vueltas,
alero de mis mayores!
Eres mochila y mantón,
refugio de mis temores.
¡Disimúlame esta pena
que me estruja el corazón!
XI
Mientras el canto se acopla
con un andante mestizo,
una protesta se hizo
ritmo picante en la copla.
El campesino trovero
empezó a soltar amarras,
y este pueblo con sus garras
fue reventando linderos.
Linderos ensangrentados
con un afán extranjero
—mezcla de brujo y cacique—
que amparados por blasones
de paupérrimas estirpes
explotaron al nativo.
Una chispa fue el principio.
Y esta chispa hizo del “Boche”
la antorcha que ardió en la noche
para mostrar la vergüenza
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que impone el explotador.
El criollaje resentido
hizo suyo ese martirio;
y en Loma Grande el quejido
tuvo un eco atronador.
Aquél relámpago guía
fuiste tú, Vicente Adamo.
Y en el corazón sinuano
palpitó la libertad.
Tu plataforma de lucha:
“Tierra,
Trabajo,
Salud,
Unidad
y Educación.
Guerra a la matrícula esclavista”,
fue la consigna encendida
desde aquel Rojo Bastión.
¡Ay, Juana Julia Guzmán!
Sobre un rastrojo montano
fuiste puerto,
brisa
y mar.
¡Préstame tu palabra
mi rebelde capitana,
hora es ya de navegar!
¡El Sinú, oh mi Sinú!
Palabrita misteriosa,
eco de arcaica cultura.
Tus sílabas hacen dúo
con la brisa y la llanura.
Guillermo Valencia Salgado
Són de pito travesero,
suspiro de gaita hembra.
Cuando te pronuncia el indio
tienes sabor de leyenda.
¡Quién aprendió a conocerte
y a saborearte enseguida,
tiene empeñada la vida
desde la cuna a la muerte!
Por eso el conquistador
ante tu arisca belleza,
observando tus riquezas
desorbitado exclamó:
¡”Pobrecito del Perú
si se descubre el Sinú”!
………………….
Libro: Del Sinú y otros cantos
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