a Lelis Zumaqué

I

Deslumbró el relámpago

un instante de siglos

y fue ronca su voz

porque rasgó la entraña de la tierra.

Ira y cansancio

por esa sed de rocas deslizantes,

tuvo los Andes

no muy lejos del mar y la palmera.

De pie sobre Tresmorros divisó el Caribe.

Y al no poder besar el agua undosa

quiso de la mar sus ojos verdes,

su cabellera rizada y espumosa;

y más tardó en querer, que en transformar

su mole primigenia en tres cadenas pétreas,

que reptaron desaladas

hacia el ponto azul de aguas yodadas.

Del Paramillo una gota,

otra,

otra,

dulce y suave,

cristalina,

refrescante,

cayó en la hondonada

y al instante

un bejuquillo acuoso y ondulante

Guillermo Valencia Salgado

desde la cumbre arisca, corre,

salta, se retuerce y grita,

y al rollar la tierra fue formando

un valle feliz, lleno de encantos,

que el indio bautizó como el Sinú.

Sinú, palabrita misteriosa,

eco de arcaica cultura.

Tus sílabas hacen dúo

con la brisa y la llanura.

Són de pito travesero,

suspiro de gaita hembra.

Cuando te pronuncia el Indio

tienes sabor de leyenda.

Quien aprendió a conocerte

y a saborearte enseguida,

tiene empeñada la vida

desde la cuna a la muerte.

II

¡Finzenú, Panzenú, Zenufaná!

Como inmensas lunas giran

sobre la testa encantada,

cuna y riqueza guardada

por el dios Murrucucú.

Betancí, Tuchín, Tucurá,

Mocarí, Ayapel, Chimá,

Colosiná, Chinú, Cereté.

Son los hijos de Manexca

y de Melxión, Eva y Adán,

óvulo y semen de tierra

amasados por Momí

Guillermo Valencia Salgado

con el barro de Araché.

Se regaron por el valle;

penetraron oscuros socavones

e hicieron luz en las entrañas ávidas.

Fecundaron la tierra,

las plantas y las piedras;

y cual duendes bienhechores

removieron la telúrica mezcla.

Barro, sobre barro.

Agua, sobre agua.

Arena abigarrada.

Roca promiscua.

Esmeralda y oro.

Petróleo y cobre.

Mixtura refulgente.

Cal y yeso.

Sal en el mar y en beso.

Fuego y carbón.

Carbón y hierro,

hasta dejar fecunda el alma

del inmenso valle.

III

Y los hijos de Manexca y de Melxión,

y los hijos de sus hijos,

y los nietos de sus nietos,

ya no cabían en el valle del Sinú.

Por eso se dio la orden

de recorrer el mundo

y de poblarlo en partes buenas.

Y por los cuatro caminos

Guillermo Valencia Salgado

de la Rosa de los vientos

como cuenta la leyenda

se marcharon los sinuanos.

Sólo aquí se quedaron los más viejos.

Los que sabían llegar al cielo

para prender las estrellas,

o para reponerlas luego

de que alguna se cayera.

Se quedaron los orfebres,

los artesanos del barro,

los de la palma trenzada,

los que debían guardar

los recuerdos de la raza.

Qué inmenso júbilo reflejaba el río.

Se creyó incontenido, inviolado,

hasta que fue acuchillado

por una quilla en Zispata.

Quilla española que viola.

Vela andaluza que asola.

Morisca gentuza que roba y que mata.

¡Pecaron! Gritó el misionero.

¡Y fue en enero la matanza!

IV

¡Falso es! No pecó la raza.

Se vino el invasor a nuestra casa

con una cruz sangrante y una espada

fue porque más pudo la ambición

que el dulce anhelo

de ser el mensajero

Guillermo Valencia Salgado

del Amor y de la Gracia.

Esa fue su cortina, su muralla.

Y es que el poderoso en la conquista

siempre ha tenido a Dios como mampara.

Bajo los cascos del corcel hispano,

cayeron Tolú, Lorica, Araché,

Momí, Chimá y Panaguá.

Chinú se entregó sobre una hamaca

de oro y pedrerías.

¡De Tucurá las lágrimas fluían

y no se mellaron los hierros!

Cortante el hilo desangró la raza,

porque sólo encontraron en la casa,

la frágil flecha y la macana roma.

¡Ay, Onomá! ¡Si te rompieron toda!

Más que corría volaba el mensajero.

Su noticia era triste, casi mentira.

¡”Finzenú, allá vienen! ¡Son extranjeros!

Ellos, arrancan la vida.

Devoran sepulcros. Se tragan el oro”.

Y éste, recordando la leyenda dijo:

¡”No, no vienen! ¡Ellos regresan!

¡Cómo han cambiado nuestros hijos!”

V

¡El mar Caribe. El verde mar!

Altos velámenes grávidos de mal.

Quillas marineras, arados de mar.

Caracoles marinos, yodo y sal.

Broncas y negras trompas

que saben llorar

Guillermo Valencia Salgado

vienen de lejos, de otro mar.

¡Oh Bantú Oh Dahomey!

Caimito y mamey sobre la mar.

Canta Yoruba tu mal bajo el caney.

Tam

tam

tam

Son olores de otras querencias.

Tam

Tam

Tam

Son mensajes de malquerencias

que te dejé el ladrón.

¡Que no te apene el són!

¡Oh Yoruba! ¡Oh Dahomey!,

mi tambo es igual a tu caney!

VI

Testigo ha sido la Historia

de lo que el hispano hizo.

Y si alguna cosa buena

se le salió de las manos

no fue porque así lo quiso.

Lo impulsó la incontinencia,

el sadismo, la indecencia,

y en su alienada lujuria

supo mezclarse con indios,

supo mezclarse con negros,

y así fue surgiendo un pueblo

que esculpió rostros diversos

Guillermo Valencia Salgado

sobre una misma armazón.

“Hoy todos somos iguales

bajo este cielo de Dios”.

Esto contempla la ley;

pero otra cosas nos grita

la codicia del patrón.

VII

Navegante, sobre el río,

ha viajado un nigromante.

¡Y como por arte de magia

todo se hizo al instante!

Se esfumó la selva rauca.

Sobre su espalda desnuda

se levantaron ciudades.

El cíclope en sus afanes

afiló su dentadura

para hacer de los caminos

carreteras laborables.

El bosque tornose en finca,

la finca en rico potrero,

y cada vez que el vaquero

grita en los campos de Córdoba,

aunque nunca se la coma,

come carne el mundo entero.

Maderables y frutales,

Cereales y Hortalizas

desde inmensas cornucopias

se derraman en el valle.

Guillermo Valencia Salgado

Y el valle va la savia

sobre raudas maquinarias

vigorando en cada gesto

el corazón de la Patria.

Ciénaga Grande,

Ayapel,

Betancí...

Son tres lagunas

rebozadas de tesoros,

donde la escama y el oro

tienen reflejos de luna.

Son puntos de ricas guacas,

edenes de pescadores

y cazadores de fama.

Allí el crepúsculo imita

los hilos multicolores

con que se teje la hamaca.

San Bernardo,

Coveñitas,

Moñitos,

San Antero

Y Cristo Rey.

Tienen salados los pies

y las pestañas yodadas;

porque en las noches, tal vez

las estrellas más doradas,

de tanto cielo cansadas

deshojaron sus pupilas

Guillermo Valencia Salgado

y al caer sobre la orilla

fueron formando las playas.

Por eso estas playas tienen,

agua tibia, suave arena,

fresca brisa que parece

que despeinan cabelleras

de corsarios y sirenas.

Una mirada cualquiera,

hacia un cualquier lugar,

nos obliga a imaginar

que el paisaje de estas playas

—creyón que pinta y detalla—

tiene algo de lunar.

VIII

Gallo Crudo,

Florisanto,

Matoso,

Urrá,

San Andrés.

Cuántas riquezas esperan

que se produzca el milagro.

El Alí del cuento arcaico

se le ha olvidado expresar:

¡Ábrete!

¡Ábrete Sésamo!

Ahora,

como cazimba que llora

sólo nos toca esperar.

Guillermo Valencia Salgado

IX

Desde que el hombre rasgó

las entrañas de la tierra

y tomó de ellas la piedra

para hacerse un instrumento,

justo fue en ese momento

el origen del folclor.

Y aquí en mi departamento,

es rico, variado y tierno

por la gracia del Señor.

Sin embargo no sabemos

francamente qué tenemos.

Todo está diseminado,

escondido e ignorado.

Sabemos sí, que es tan viejo,

porque lo que sabe el pueblo

lo aprendió de sus abuelos

en las noches de vigilia.

Desde entonces se repite

como un dibujo calcado

con trazos de tinta fiel.

Aún se tiene por piel

un parche de sol tensado,

dos guaches de lluvia fina

y por zampoña que trina,

una pluma y una cera,

más cantares de la abuela

que jamás se desafinan.

Hay un pito atravesado

que habla con voz montuna

y ha tenido la fortuna

de nacer acompasado.

Guillermo Valencia Salgado

Como fiel enamorado

lanza su nota sedienta

que en el aire se revienta

como un besito cortado.

También tenemos un ritmo

que del tambor africano

pasó a las bandas de viento.

Aquí tiene el sentimiento

del mestizo americano.

¡Es el porro pelayero!

Potro chúcaro y cerrero,

más trigueño que achinado.

Ese són para el sinuano

es de su orgullo testigo.

Tiene el silencio partido

sobre la boca y las manos;

y en el pecho colombiano

para cantar se ha metido.

X

Variadas artesanías

laboradas con ternuras

han salido de las manos

de mi pueblo prodigioso.

Manos indias,

manos negras,

manos ágiles que plasman

su belleza espiritual;

¡Y en el gozo que les nace

Guillermo Valencia Salgado

de amasar dulces recuerdos,

dejaron también sus besos

palpitantes... temblorosos!

Cada forma identifica

el alma de su artesano;

y en el primor del trabajo

una firma está que grita

por la presión de las manos.

Es por eso que afirmamos,

que en cada forma lograda

hay un escudo de armas

de la familia artesana.

Y también por eso muestra

el sinuano con orgullo

su sombrero cordobés.

Y téngalo quien lo tuviere

es trenzado en San Andrés.

Parece una ave sedienta

de espacios ilimitados.

A cada momento intenta

desbocarse por los cielos.

¡Es una copa de anhelos

sujetada al pensamiento!

¡Ay, mi sombrero de vueltas,

alero de mis mayores!

Según como te coloque

para mi gusto las alas,

te sobrarán las palabras

para explicar mi conducta.

Guillermo Valencia Salgado

Y en cada caso habré sido:

Espartaco, o Casanova,

Barrabás, o Jesucristo,

sin que se tenga testigo.

¡Ay, mi sombrero de vueltas,

alero de mis mayores!

Eres mochila y mantón,

refugio de mis temores.

¡Disimúlame esta pena

que me estruja el corazón!

XI

Mientras el canto se acopla

con un andante mestizo,

una protesta se hizo

ritmo picante en la copla.

El campesino trovero

empezó a soltar amarras,

y este pueblo con sus garras

fue reventando linderos.

Linderos ensangrentados

con un afán extranjero

—mezcla de brujo y cacique—

que amparados por blasones

de paupérrimas estirpes

explotaron al nativo.

Una chispa fue el principio.

Y esta chispa hizo del “Boche”

la antorcha que ardió en la noche

para mostrar la vergüenza

Guillermo Valencia Salgado

que impone el explotador.

El criollaje resentido

hizo suyo ese martirio;

y en Loma Grande el quejido

tuvo un eco atronador.

Aquél relámpago guía

fuiste tú, Vicente Adamo.

Y en el corazón sinuano

palpitó la libertad.

Tu plataforma de lucha:

“Tierra,

Trabajo,

Salud,

Unidad

y Educación.

Guerra a la matrícula esclavista”,

fue la consigna encendida

desde aquel Rojo Bastión.

¡Ay, Juana Julia Guzmán!

Sobre un rastrojo montano

fuiste puerto,

brisa

y mar.

¡Préstame tu palabra

mi rebelde capitana,

hora es ya de navegar!

¡El Sinú, oh mi Sinú!

Palabrita misteriosa,

eco de arcaica cultura.

Tus sílabas hacen dúo

con la brisa y la llanura.

Guillermo Valencia Salgado

Són de pito travesero,

suspiro de gaita hembra.

Cuando te pronuncia el indio

tienes sabor de leyenda.

¡Quién aprendió a conocerte

y a saborearte enseguida,

tiene empeñada la vida

desde la cuna a la muerte!

Por eso el conquistador

ante tu arisca belleza,

observando tus riquezas

desorbitado exclamó:

¡”Pobrecito del Perú

si se descubre el Sinú”!

………………….

Libro: Del Sinú y otros cantos